sábado, 29 de julio de 2017

Simónides de Ceos (h. 556 a. C. - h. 468 a. C.)





Simónides representado en la obra Las Crónicas de Núremberg. 




Simónides de Ceos 
(Yulis, isla jónica de Ceos, Grecia, h. 556 a. C. - Siracusa, Italia, h. 468 a. C.)      










Ubicación y vista de Yulis, localidad de la isla de Ceos en el archipielago de las Cícladas



  Simónides de Ceos fue un poeta lírico griego, autor de elegías y epigramas, creador de la mnemotecnia, tío del también poeta Baquílides.


Biografía


  Simónides fue hijo del magistrado Leóprepes. Los primeros años de su vida transcurrieron en Ceos, su isla natal, donde llegó a ser maestro de coro, en la ciudad de Cartea, enseñando a los niños poesía y música. Sin embargo, sus frecuentes viajes le apartaron de su lugar de origen.

  Aunque fue llamado a Atenas hacia el año 526 a. C. por la corte del tirano Hiparco, asesinado éste por Harmodio y Aristogitón marchó a Tesalia en el 514 a. C. con su sobrino y discípulo, el poeta Baquílides. Allí se relacionó con la aristocracia gobernante, los Escopadas y los Aleuadas, quienes le hicieron de mecenas. Después viajó a Cranón y Farsalia. luego regresó a Atenas y permaneció allí durante las dos Guerras Médicas, cantó las hazañas de los griegos en la batalla de Maratón, ganando el concurso poético que se realizó para celebrar la victoria y al que se había presentado Esquilo, con lo que se volvió muy popular. Después se instaló en Sicilia, invitado por el tirano Hierón I de Siracusa ayudándole también en labores diplomáticas. A pesar de que en su corte residían varios poetas notables, entre ellos Esquilo y Píndaro, la fama de Simónides supo mantenerle en lugar predilecto. Murió en Siracusa en el año 467 a.C. y fue enterrado en Agrigento. En su epitafio pusieron «Mueres, oh, Simónides, en la llanura de Sicilia; dejas en Ceos tu memoria, y a toda la posteridad de los griegos, el recuerdo de tu bien templada alma».





Lament of Danae 




Danae llorando por el mar 

Cuando dentro del arca fabricada
por arte de maestro horriblemente
bramaba el aire y toda perturbada
la mar sonaba en rápida corriente,
ella, tocando con la mano amada
al querido Perseo y dulcemente
aplicando llorosa al tierno hijo
sus húmedas mejillas, así dijo:

«Hijo adorado, ¡ay de mi!, cómo me siento
de gran dolor el corazón deshecho,
y tú en esta morada de tormento
duermes, en tanto, con sereno pecho.
Clavos de bronce ciérranla sin cuento,
y negra oscuridad cubre su techo.
Mas tú no curas de las olas, cuando
sobre tu seca faz están sonando.

»De los vientos el bárbaro ruido
desprecias, y, cubierto tu semblante
de este cendal de púrpura extendido,
el peligro no ves que está delante:
que, si su horror te fuera conocido,
con tierna oreja dieras al instante
un rato de atención, y cederías,
tal vez, a las dolientes voces mías.

»Mas duerme, duerme, infante, descuidado;
duérmase el mar, y duerma el orbe entero:
que, aunque tal desear sea juzgado
vano deseo, yo pretendo y quiero,
¡supremo Jove!, padre venerado,
sufrir con pecho generoso y fiero,
como de ello algún bien al hijo venga,
cuanto rigor mi hado en sí contenga».










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